jueves, 27 de marzo de 2014

Decálogo de lo que NO debemos hacer con un hijo



 Decálogo de lo que NO debemos hacer con un hijo  Alejandro Jodorowsky
En el camino del autoconocimiento encontramos muchas herramientas. Una es la metagenealogía. Con ella tomamos conciencia de lo que nuestros padres no hicieron tan bien. Debemos actuar para que sus errores no se conviertan en patrones de comportamiento de nosotros hacia nuestros hijos. En base a ello, Plano Creativo te propone el siguiente decálogo de lo que NO debemos hacer con nuestros hijos:
(Si algo de lo que se expone a continuación ya lo hemos hecho, no debemos culpabilizarnos, sino parar… y reparar el posible daño causado).
1.- Ponerle el nombre de un antepasado, familiar vivo, antiguo novio o novia, personaje histórico, novelesco, etc Al pasarle un nombre, le pasamos una identidad
2.-Enviarle mensajes de que fue o es una “carga” (incluso durante la gestación) Esto hará que tienda al fracaso, por no verse digno, a padecer sentimientos de culpabilidad, o incluso a manifestar comportamientos autodestructivos.
3.-Calificarlo de forma negativa: “eres flojo”, “eres malo”…
En los niños la identidad se forma como un reflejo de lo que sus mayores, como en un espejo, proyectan sobre él con sus verbalizaciones y también y más importante aún, mediante la comunicación no verbal. Si le dices a un niño eres un “demonio”, será un “demonio”…
4.-Proyectar sobre él lo que los padres no pudieron realizar en sus vidas: “este será médico”…
Sería una forma de alejarlo de su propio proyecto vital. Por lealtad, seguirá lo marcado por los padres que es el camino directo hacia la no-realización personal.
5.-Compararlo con cualquier miembro de la familia, ni para bien, ni para mal.
Si te comparan con otra persona cuando eres niño, te programan para seas esa persona. Si las expectativas son muy altas, siempre vivirás frustrado, si las expectativas son muy bajas, fracasaras como el modelo que te impusieron.
6.-Decirle que estamos orgullosos de él.
Es otra forma de decirle que te pertenece y que ejerces poder sobre él.
7.-Decirle que lo queremos porque no nos da problemas.
Si el “contrato” con un niño es: “te quiero a cambio de que no des problema”, el niño vivirá inhibiendo su espontaneidad, autoevaluando al máximo las consecuencias de sus actos, etc. Un excesivo autocontrol impide el crecimiento de la persona y la expresión de la creatividad.
8.- Obligarlos a utilizar las palabras “mamá” y “papá” más allá de la adolescencia, negándoles el derecho a dirigirse a los padres por sus verdaderos nombres.
Estas palabras encierran un compromiso de relación padre-hijos, caracterizado por la dependencia infantil de los segundos a los primeros. Más allá de la adolescencia, es sano renovar este compromiso.
9.-Vestir a dos hermanos de la misma manera. Que el hermano menor se vea obligado a “heredar” ropas y objetos del mayor y a no tener un espacio propio en el hogar.
Implicaría de forma metafórica, no darle “su espacio” a cada uno.
10.- Castigarlo con insultos, golpes, gritos o cualquier tipo manifestación de agresividad.
El niño aprende “los conflictos se solucionan con agresividad” y repetirá este patrón cada vez que tenga problemas. Los castigos deben ser educativos, constructivos, positivos, razonados, relacionados con la conducta a modificar. Añado que la mayoría de las veces, el mejor castigo es el premio a la conducta apropiada.
El niño es dueño de su espacio, contenido y tiempo de juego. Nunca debemos robarle su infancia, por ejemplo haciéndolo excesivamente responsable de sus hermanitos, o queriendo que dedique su tiempo de ocio a las actividades que nosotros no pudimos realizar cuando niños. Los niños son niños y su actividad fundamental es jugar. Jugando crecen en todos los sentidos, aprenden, se divierten, se socializan, interiorizan en su mundo, crean…
Los niños no son receptores vivos proyectos frustrados del árbol.
Ayudemosles a que realicen su propio guión de vida.
Dale a tus hijos la posibilidad de vivir su vida, no la tuya.

martes, 25 de marzo de 2014

EDUCA A TUS HIJOS EN CONFIANZA

En origen la confianza viene de afuera. Gota a gota la confianza se asienta en nosotros mismos a través de la valoración, el aprecio y la ecuanimidad de los demás. Por eso es importante que los Padres sean justos y ecuánimes, que no creen falsas expectativas, que no hagan sentir a sus hijos que son los mejores en todo, ni tampoco los peores en todo, que no los llenen de tareas imposibles, que los confronten con sus destrezas y méritos, que los expongan a los obstáculos y problemas para que puedan sentir lo que pueden y merecen, que los inciten a los aprendizajes y las tareas para el logro de las cosas. Es adecuado también que los Padres muestren a sus hijos los límites, que los confronten con amor y claridad.
Desconozco autor.

sábado, 15 de marzo de 2014

El cuadro más bello.

Un cuento para relatarle a los chicos y mostrarle que  debemos tratar de hacer lo mejor posible todo aquello a lo que nos dedicamos, sin importar los premios que esperemos.


"Había en un país un rey amante de la pintura y la naturaleza que quiso poseer el más bello cuadro que pudiera hacerse de los paisajes de su reino. Para ello convocó a cuantos pintores habitaban aquellas tierras, y una mañana los guió hasta su paisaje favorito.

- No encontraréis una imagen igual en todo el reino - les dijo-. Quien mejor la refleje en un gran cuadro tendrá la mayor gloria para un pintor.

Los artistas, acostumbrados a dibujar los más bellos parajes, no encontraron el lugar tan magnífico como el mismo rey pensaba y, viendo que su fama y su gloria no aumentaría, se propusieron resolver el encargo rápidamente. Todos tuvieron sus cuadros listos a media mañana, excepto uno, que a pesar de pensar lo mismo que sus compañeros sobre el paisaje, quiso pintarlo lo mejor posible. Puso tanto esmero en su trabajo, que al caer la tarde, cuando llevaba ya algunas horas pintando en solitario, apenas había completado un pedacito del lienzo.

Pero entonces ocurrió algo maravilloso. Al ponerse el sol, las montañas crearon un increíble juego de luces con sus últimos rayos y, ayudadas por los reflejos del agua en un río cercano, un extraño viento que retorcía las nubes y los variados colores de miles de flores, dieron a aquel paisaje un toque de ensueño insuperable.
Así pudo entonces el pintor entender la predilección del rey por aquel lugar, y pintarlo con su esmero habitual, para crear el más bello cuadro del reino.

Y aquel laborioso pintor, que no era más hábil ni tenía más talento que otros, superó a todos en fama gracias al cuidado y esmero que ponía en todo cuanto hacía."


Autor Pedro Pablo Sacristán

viernes, 14 de marzo de 2014

El miedo es blandito y suave

Marina era una niña que tenía mucho miedo de la oscuridad. Al apagarse la luz, todas las cosas y sombras le parecían los más temibles monstruos. Y aunque sus papás le explicaban cada día con mucha paciencia que aquello no eran monstruos, y ella les entendía, no dejaba de sentir un miedo atroz.
Un día recibieron en casa la visita de la tía Valeria. Era una mujer increíble, famosísima por su valentía y por haber hecho miles de viajes y vivido cientos de aventuras, de las que incluso habían hecho libros y películas. Marina, con ganas de vencer el miedo, le preguntó a su tía cómo era tan valiente, y si alguna vez había se había asustado.
- Muchísimas veces, Marina. Recuerdo cuando era pequeña y tenía un miedo terrible a la oscuridad. No podía quedarme a oscuras ni un momento.
La niña se emocionó muchísimo; ¿cómo era posible que alguien tan valiente pudiera haber tenido miedo a la oscuridad?
- Te contaré un secreto, Marina. Quienes me ensañaron a ser valiente fueron unos niños ciegos. Ellos no pueden ver, así que si no hubieran descubierto el secreto de no tener miedo a la oscuridad, estarían siempre asustadísimos.
- ¡Es verdad! -dijo Marina, muy interesada- ¿me cuentas ese secreto?
- ¡Claro! su secreto es cambiar de ojos. Como ellos no pueden ver, sus ojos son sus manos. Lo único que tienes que hacer para vencer el miedo a la oscuridad es hacer como ellos, cerrar los ojos de la cara y usar los de las manos. Te propongo un trato: esta noche, cuando vayas a dormir y apagues la luz, si hay algo que te dé miedo cierra los ojos, levántete con cuidado, y trata de ver qué es lo que te daba miedo con los ojos de tus manos... y mañana me cuentas cómo es el miedo.

Marina aceptó, algo preocupada. Sabía que tendría que ser valiente para cerrar los ojos y tocar aquello que le asustaba, pero estaba dispuesta a probarlo, porque ya era muy mayor, así que no protestó ni un pelín cuando sus padres la acostaron, y ella misma apagó la luz. Al poco rato, sintió miedo de una de las sombras en la habitación, y haciendo caso del consejo de la tía Valeria, cerró los ojos de la cara y abrió los de las manos, y con mucho valor fue a tocar aquella sombra misteriosa...
A la mañana siguiente, Marina llegó corriendo a la cocina, con una gran sonrisa, y cantando. "¡el miedo es blandito y suave!... ¡es mi osito de peluche!"

Armando el mundo

Un científico que vivía preocupado con los problemas del mundo, estaba resuelto a encontrar los medios para disminuirlos. Pasaba días enteros en su laboratorio, buscando respuestas para sus dudas. Cierto día, su hijo de 7 años invadió ese santuario con la intención de ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la
interrupción, intentó hacer que el niño fuera a jugar en otro sitio. Viendo que sería imposible sacarlo de allí, procuró distraer su atención.
Arrancó la hoja de una revista en la que se representaba el mundo, lo cortó en varios pedazos con unas tijeras y se lo entregó al niño con un rollo de cinta adhesiva, diciéndole:
— ¿Te gustan los rompecabezas? Voy a darte el mundo para arreglar. Aquí está, todo roto.
¡Mira si puedes arreglarlo bien!
Calculó que al niño le llevaría días recomponer el mapa. Pocas horas después, oyó que lo llamaba:
— ¡Papá, papá, lo hice! ¡Conseguí terminar todo!
Al principio, el científico no dio crédito a las palabras del niño. Era imposible que, a su edad, hubiera recompuesto un mapa que jamás había visto. Entonces levantó los ojos de sus anotaciones, seguro de que vería un trabajo digno de un niño. 
Para su sorpresa, el mapa estaba completo: todas las piezas estaban en el sitio indicado.
—Tú no sabías cómo es el mundo, hijo, ¿cómo lo conseguiste?
—No sabía cómo es el mundo, pero cuando arrancaste la hoja de la revista, vi que por el otro lado estaba la figura de un hombre. Intenté arreglar el mundo pero no lo conseguí. Fue entonces cuando le di la vuelta a los recortes y empecé a arreglar el hombre, que yo sabía cómo era. Al terminar, volteé la hoja y vi que
había arreglado el mundo.

De " La culpa la tuvo la vaca"

La lactancia


Si recordamos que la leche materna no es sólo alimento, sino sobre todo amor, comunicación, sostén,
presencia, cobijo, calor, palabra, sentido... entonces nos resultará absurdo negar el pecho porque “no
le toca”, “ya comió” o “es capricho”. ¿Acaso es capricho cuando necesitamos un abrazo prolongado del
hombre al que amamos? Sólo el alejamiento de nuestra esencia nos conduce a pensamientos tan
violentos hacia nosotras mismas y hacia nuestros bebés.
Cuando las mujeres reafirmamos nuestra relación con la naturaleza salvaje, adquirimos conocimiento,
visión, inspiración, intuición, y la vida misma vibra por dentro y por fuera. “Salvaje” no en el sentido
peyorativo moderno como falto de control, sino en su sentido original, que significa vivir una existencia
natural, donde la criatura se desarrolla con su integridad innata y saludable. Esta cualidad salvaje forma
parte de la naturaleza instintiva y fundamental de las mujeres. Y es el conocimiento de esta naturaleza lo
que nos permite percibir el sonido de los ritmos internos y vivir al son de ellos para no perder el
equilibrio espiritual. Cuando las mujeres nos apartamos de la fuente básica, perdemos los instintos y los
ciclos vitales naturales quedan sometidos a la cultura o al intelecto o al ego, ya sea el propio o el de los
demás. Lo “salvaje” hace saludables a todas las mujeres. Para dar de mamar deberíamos pasar casi todo
el tiempo desnudas, sin largar a nuestra cría, inmersas en un tiempo fuera del tiempo, sin intelecto ni
elaboración de pensamientos, sin necesidad de defenderse de nada ni de nadie, sino sólo sumidas en un
espacio imaginario e invisible para los demás. Eso es dar de mamar. Es dejar aflorar nuestros rincones
ancestralmente olvidados o negados, nuestros instintos animales que surgen sin imaginar que anidaban
en nuestro interior. Y dejarse llevar por la sorpresa de vernos lamer a nuestros bebés, de oler la frescura
de su sangre, de chorrear entre un cuerpo y otro, de convertirse en cuerpo y fluidos danzantes. Dar de
mamar es despojarse de las mentiras que nos hemos contado toda la vida sobre quienes somos o quienes
deberíamos ser. Es estar desprolijas, poderosas, hambrientas, como lobas, como leonas, como tigresas,
como canguras, como gatas.
Sólo permiso para ser lo que queremos, hacer lo que queremos y dejarnos llevar por la locura de lo
salvaje.
Dar de mamar a nuestros bebés es ecológico en su sentido más amplio. Es volver a ser lo que somos. Es
nuestra salvación. Es un punto de partida y de encuentro con una misma. Es despojarnos de cultura y
atragantarnos de naturaleza. Es ingresar a nuestros niños en un mundo de colores, ritmo, sangre y fuego,
y bailar con ellos la danza de la vida.
Para amamantar se necesita introspección, conexión consigo misma y sostén emocional. Se necesita salir
del mundo material y entrar en el mundo sutil, el mundo de las sensaciones y la intuición. Dar de mamar
es conocimiento mutuo y entrega. El bebé se alimenta de la leche, pero por sobre todo se alimenta del
contacto corporal permanente con su mamá.
Los bebés que duermen mucho están solos. Necesitan más contacto emocional y corporal. De nada
sirve despertarlos para introducirles alimento si a los pocos minutos van a ser abandonados otra vez en
el moisés.
Las mujeres nos escondemos detrás de la ingenuidad para “no saber” lo que sabemos. Nos negamos a
abrir la puerta de nuestra conciencia aunque seamos las únicas dueñas de la llave. Es decir, somos las
únicas que estamos en condiciones de bucear en nuestras capacidades y reconocer los saberes
ancestrales, que nos esforzamos por olvidar.
Para criar a un hijo se necesita que alguien cuide nuestras espaldas, que alguien nos sostenga
emocionalmente, ya que el peso de la crianza de un niño pequeño requiere toda nuestra energía y
fortaleza espiritual.

De la web.
Autor: Laura Gutman

martes, 11 de marzo de 2014

Nuestros chicos, están preparados para dejar los pañales?



Esfínteres: control y autoritarismo
Si estuviéramos en una isla desierta con nuestros niños, y contempláramos al bebé humano, con la misma celeridad con la que observamos a los animales, constataríamos que el control de esfínteres real se produce mucho más tardíamente de lo que nuestra sociedad occidental tiene ganas de esperar. Lamentablemente, en lugar de examinar cuidadosamente cómo suceden las cosas, elaboramos teorías que luego pretendemos imponer esperando que funcionen.

Hemos impuesto a los niños el control de esfínteres alrededor de los dos años de edad, con lo que este tema se ha convertido en todo un problema. Si observáramos sin prejuicios el proceso natural, estaríamos ante la evidencia de que los niños humanos la realizan después de los tres años, algunos después de los tres años y medio, o incluso después de los cuatro años. ¡Qué importa!

Sin embargo los adultos -sin pedir permiso a los niños-  ¡Les sacamos los pañales mucho antes! Esto significa que les arrebatamos el sostén, la contención, la seguridad, el contacto, el olor, agregándoles la exigencia de una habilidad para la cual no están aún maduros. Que el niño nombre “pis” o caca” no significa que cuente con la madurez neurobiológica para controlar dicha función.

Sacar los pañales  porque “llegó el verano”, decidir que ya tiene dos años y tiene que aprender,  responde a la incomprensión de la especificidad del niño pequeño y de la evolución esperable de su crecimiento. Cabe preguntarnos  porqué los adultos estamos tan ansiosos  y preocupados por la adquisición  de esta habilidad,  que como otros aspectos en el desarrollo normal de los niños, llegará a su debido tiempo, es decir cuando el niño esté maduro.

Controlar esfínteres no se aprende por  repetición, como leer y escribir. Se  adquiere naturalmente cuando se está listo, como la marcha o el lenguaje verbal.

Ahora bien, si no estamos dispuestas a rendirnos ante la sabiduría del tiempo interno de cada niño,  las mamás lucharemos contra los pis que se escapan, las bombachas y calzoncillos mojados, las sábanas y colchones al sol, los pantalones interminables para lavar, mientras acumulamos rencor, hastío y mal humor en la medida que creamos que nuestros hijos “deberían haber ya aprendido”. En cambio, si dejamos a los niños en paz, después de los tres años, o cerca de los cuatro años, (sin olvidar que cada niño es diferente) simplemente un día estará en condiciones de reconocer, retener, esperar, ir al baño, sin más trauma y sin más vueltas que lo que es: controlar con autonomía los esfínteres.

A mi consultorio llegaron durante años niños con problemas de enuresis de 5, 6, 7, 8 años e incluso de mayor edad. La mayoría de ellos, se hacen pis sólo de noche, mientras duermen. Invariablemente les han sacado los pañales alrededor de los dos años. Los casos de enuresis son muy frecuentes, pero habitualmente no nos enteramos porque de eso no se habla. Total quedan como secretos de familia. He comprobado que cuando las mamás aceptan mi sugerencia de volver a ponerles pañales (caras de horror), los niños los usan el mismo lapso de tiempo que hubiesen necesitado desde el momento en que se los sacaron hasta que hubiesen podido controlar esfínteres naturalmente. Como si recuperaran exactamente el mismo tiempo que les fue quitado. Y luego, sencillamente se acaba el “problema”. Hay padres que opinan que “es contradictorio volver a poner un pañal una vez que se tomó la decisión de sacarlo”. En realidad en la vida probamos, y damos marcha atrás si es necesario y saludable. Simplemente diremos: “creí que estabas listo para controlar los esfínteres, pero obviamente me equivoqué. Te voy a poner el pañal para que estés cómodo, y cuando seas un poco mayor, estarás en mejores condiciones para lograrlo”. Es sólo sentido común. Se alivian las tensiones y finalmente el control de esfínteres se encausa.

Los niños -frente a la demanda de los adultos- hacen grandes esfuerzos para controlar sus esfínteres, pero  ante cualquier dificultad emocional -por pequeña que sea-  se derrumba el esfuerzo desmesurado y se escapa el pis. Luego vienen las interpretaciones: “me tomó el tiempo”,  “me lo hace a propósito”, “él sabe controlar pero no quiere”.

Entiendo la presión social que sufrimos las mamás.  Hay jardines de infantes que no aceptan niños en salas de tres años con pañales. Hay pediatras, psicólogos, y otros profesionales de la salud, además de suegras, vecinas y amigos bienintencionados que opinan y se escandalizan. Pero es posible sortearla con un poquito de imaginación: los pañales son descartables, baratos y anatómicos, lo que les permite a los niños ir a jugar, ir a un cumpleaños, al jardín, sin tener que pasar por la humillación de mojarse en todos lados. Hay quienes no quieren ir al jardín a causa de la probabilidad de hacerse pis. Otros se vuelven tímidos, otros especialmente agresivos mojando cuanta alfombra encuentran a su paso.

Por otra parte, hacer “pis” no es lo mismo que desprenderse de la “caca”.  Muchos niños que controlan perfectamente el pis, piden el pañal para hacer caca.  Es importante que les ofrezcamos lo que están pidiendo, porque nadie pide lo que no necesita. ¿Cuál es el motivo para negárselo?

Yo espero humildemente que alguna vez  nos demos cuenta del grado de violencia que ejercemos contra los niños, envueltos en exigencias que no pueden  satisfacer y que se transforman luego en otros síntomas (angustias, terrores nocturnos, llantos desmedidos, enfermedades, falta de interés) que hemos generado los adultos sin darnos cuenta.

Acompañar a nuestros hijos es aceptar los procesos reales de maduración y crecimiento.

Y si sentimos rechazo por algún aspecto, entonces preguntémosnos qué nos pasa a nosotros con nuestros excrementos, nuestros genitales y nuestras zonas bajas que nos producen tanto enojo. Dejémoslos crecer en paz.  Alguna vez, cuando sea el momento adecuado controlarán sus esfínteres naturalmente, así como una vez pudieron reptar, gatear, caminar, saltar, trepar  y ser hábiles con sus manos. No hay nada que modificar, salvo nuestra propia visión.

                                                                                                                    Laura Gutman