viernes, 14 de marzo de 2014

La lactancia


Si recordamos que la leche materna no es sólo alimento, sino sobre todo amor, comunicación, sostén,
presencia, cobijo, calor, palabra, sentido... entonces nos resultará absurdo negar el pecho porque “no
le toca”, “ya comió” o “es capricho”. ¿Acaso es capricho cuando necesitamos un abrazo prolongado del
hombre al que amamos? Sólo el alejamiento de nuestra esencia nos conduce a pensamientos tan
violentos hacia nosotras mismas y hacia nuestros bebés.
Cuando las mujeres reafirmamos nuestra relación con la naturaleza salvaje, adquirimos conocimiento,
visión, inspiración, intuición, y la vida misma vibra por dentro y por fuera. “Salvaje” no en el sentido
peyorativo moderno como falto de control, sino en su sentido original, que significa vivir una existencia
natural, donde la criatura se desarrolla con su integridad innata y saludable. Esta cualidad salvaje forma
parte de la naturaleza instintiva y fundamental de las mujeres. Y es el conocimiento de esta naturaleza lo
que nos permite percibir el sonido de los ritmos internos y vivir al son de ellos para no perder el
equilibrio espiritual. Cuando las mujeres nos apartamos de la fuente básica, perdemos los instintos y los
ciclos vitales naturales quedan sometidos a la cultura o al intelecto o al ego, ya sea el propio o el de los
demás. Lo “salvaje” hace saludables a todas las mujeres. Para dar de mamar deberíamos pasar casi todo
el tiempo desnudas, sin largar a nuestra cría, inmersas en un tiempo fuera del tiempo, sin intelecto ni
elaboración de pensamientos, sin necesidad de defenderse de nada ni de nadie, sino sólo sumidas en un
espacio imaginario e invisible para los demás. Eso es dar de mamar. Es dejar aflorar nuestros rincones
ancestralmente olvidados o negados, nuestros instintos animales que surgen sin imaginar que anidaban
en nuestro interior. Y dejarse llevar por la sorpresa de vernos lamer a nuestros bebés, de oler la frescura
de su sangre, de chorrear entre un cuerpo y otro, de convertirse en cuerpo y fluidos danzantes. Dar de
mamar es despojarse de las mentiras que nos hemos contado toda la vida sobre quienes somos o quienes
deberíamos ser. Es estar desprolijas, poderosas, hambrientas, como lobas, como leonas, como tigresas,
como canguras, como gatas.
Sólo permiso para ser lo que queremos, hacer lo que queremos y dejarnos llevar por la locura de lo
salvaje.
Dar de mamar a nuestros bebés es ecológico en su sentido más amplio. Es volver a ser lo que somos. Es
nuestra salvación. Es un punto de partida y de encuentro con una misma. Es despojarnos de cultura y
atragantarnos de naturaleza. Es ingresar a nuestros niños en un mundo de colores, ritmo, sangre y fuego,
y bailar con ellos la danza de la vida.
Para amamantar se necesita introspección, conexión consigo misma y sostén emocional. Se necesita salir
del mundo material y entrar en el mundo sutil, el mundo de las sensaciones y la intuición. Dar de mamar
es conocimiento mutuo y entrega. El bebé se alimenta de la leche, pero por sobre todo se alimenta del
contacto corporal permanente con su mamá.
Los bebés que duermen mucho están solos. Necesitan más contacto emocional y corporal. De nada
sirve despertarlos para introducirles alimento si a los pocos minutos van a ser abandonados otra vez en
el moisés.
Las mujeres nos escondemos detrás de la ingenuidad para “no saber” lo que sabemos. Nos negamos a
abrir la puerta de nuestra conciencia aunque seamos las únicas dueñas de la llave. Es decir, somos las
únicas que estamos en condiciones de bucear en nuestras capacidades y reconocer los saberes
ancestrales, que nos esforzamos por olvidar.
Para criar a un hijo se necesita que alguien cuide nuestras espaldas, que alguien nos sostenga
emocionalmente, ya que el peso de la crianza de un niño pequeño requiere toda nuestra energía y
fortaleza espiritual.

De la web.
Autor: Laura Gutman

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